Hay una buena cantidad de becas y apoyos para artistas que, en el caso particular de los escritores son una maravilla: mientras las demás disciplinas artísticas reciben un dinero mensual que se gastan en materiales, equipo y nóminas para llevar a cabo sus proyectos, los escritores sólo necesitamos papel y pluma, la computadora y la red. A veces ni eso.

La experiencia de ser becaria del FONCA hace unos años (apenas alcancé, rayando los 35, después de al menos tres proyectos que me mandaron al bote de la basura) ha sido de las mejores de mi vida y me permitió ver que, efectivamente, somos afortunados en nuestro oficio. Los becarios de ensayo, poesía, novela, cuento y guión parecíamos invertir nuestros (entonces) 8,500 pesos mensuales en tiempo (liberándonos de compromisos laborales para escribir) o en vida (comida, bebida, viajes, amigos, experiencia para el archivo general del que luego se sacan las historias, pero eso sí, chingándole para terminar el proyecto).

He escuchado a escritores quejarse amargamente por no haber salido jamás becados después de intentar en las convocatorias de PECDA (para autores regionales) y FONCA (nivel nacional) y bueno, muchas de sus quejas pueden ser verdad: si los jurados no coinciden con tu estética, si la competencia está muy dura con otros proyectos, es difícil. Pero también hay otra gran verdad: muchos de estos escritores armaron su proyecto pensando que lo harían si, y solo si recibían la beca. De modo que diseñaron una idea para el supuesto gusto de los jurados y no tanto para su verdadera pasión… porque si no, ¿qué pasó entonces? ¿por qué no crearon esa magna obra por la que debían ser becados?

Esa maravillosa colección de cuentos, esa novela, aquel sesudo libro de ensayos, solo iban a concretarse gracias al matrimonio con la institución, a la firma de ese contrato que les garantizaba una lanita mensual. Y ahí mismo puede estar el motivo por el que sus proyectos no fueron seleccionados. Porque un buen proyecto no es el que se diseña para los jurados, sino para uno mismo, es el que llevarías a cabo aún sin lana, sin contrato, por el gusto de hacerlo, porque lo necesitas, robando incluso tiempo a tu trabajo, escapándote de las otras responsabilidades para hacerlo ya, porque te urge. Igual que el sexo prematrimonial.

Un proyecto que el escritor quiere hacer de verdad, no esperará siquiera la publicación de resultados. ¿De verdad te imaginas conteniendo la pluma para escribir la primera palabra una vez que depositen el primer cheque? Si tu proyecto es algo que quieres realizar, estarás trabajando antes de que salga o no salga tu nombre en el periódico. Y no pasa nada: no te creas que si te dan la beca van a regañarte por haber empezado antes, o que los proyectos en proceso no pueden ser presentados. Volviendo a la metáfora del sexo: probar tantito antes es bueno, te das cuenta de cosas que te permitirán llevar a término tu poemario o esa colección de cuentos.

Pero, ¿para qué armar un proyecto para pedir apoyo, entonces? Participar en las convocatorias de estímulos a la creación es, de entrada, un volado. Pero al armar tu plan de trabajo tú ganas claridad, te organizas en el tiempo, te pones metas a mediano y largo plazo. Si no resultas seleccionado y de verdad requieres dinero para arrancar, puedes presentar ese mismo proyecto en espacios para el micromecenazgo a través de plataformas de crowdfunding. Y si tu solicitud era nada más porque necesitabas lana para estar estimulado, entonces hay otras formas de ganarlo.

Estimuló para impetuosa: Cecilia Magaña.

Los estímulos a la creación artística y el sexo prematrimonial
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