Son pocos los escritores a los que no les llaman la atención, al menos por un tiempo, los concursos literarios. Setenta mil pesos y la publicación del libro por mandar un manuscrito por paquetería (apenas dos días antes de que cierre la convocatoria) hacen que nos brillen los ojos y vivamos con ilusión hasta la fecha marcada en el calendario como el día del dictamen. ¡Qué decir de esos premios de cien mil pesos por un solo cuento! Uno siente que flota, si no fuera por el suave peso de la angustia que nos mantiene pegados al suelo: ¿y si no tengo lo que se necesita para ganar un concurso?

Después de varios días de entrar a la página del concurso, aparece el dictamen y nuestro nombre no está por ningún lado. El peso termina por aplastarnos: no, no tenemos lo que se necesita. Surgen las teorías de conspiración: el ganador seguramente tenía contactos, era amigo de los jueces, todo estaba arreglado. El impacto es peor cuando el concurso se ha declarado desierto: ni un solo trabajo tuvo la calidad para ser premiado. He conocido, de primera mano, a personas que han dejado de escribir por este tipo de fallos. Y no les llamo escritores a propósito: porque si eso les ha hecho renunciar, es porque no lo eran. No necesitaban escribir, necesitaban aprobación o necesitaban dinero y encontraron cómo obtenerlos en otro lado.

Pero volvamos a los que sí son escritores y no han ganado. ¿Qué pudo haber salido mal? Lo más común es que se entusiasmen por los concursos cuando salen las convocatorias. Generalmente, el tiempo de recepción de trabajos será entre dos y cuatro meses a partir del lanzamiento. ¿Qué suele hacer el escritor?

a. Ve la convocatoria y dice: “claro que puedo escribir una novela en tres meses”. Y es verdad, es posible escribir una novela en tres meses. Yo escribí una novela juvenil en diez días: empezaba maravillosamente, hasta que a la mitad todos los personajes parecían correr a su destino y terminaban con un final forzado y escrito de manera que gritaba: “escribí esta novela en diez días”. Y no ganó.
b. Lee la convocatoria de un concurso de cuento y piensa: “quizás es momento de juntar todo lo que he escrito y mandarlo”. Tampoco es una mala idea, aunque generalmente el autor reúne sus mejores cuentos sin pensar en un tema unificador, sin darles un orden y un sentido de lectura, y el resultado es lo más parecido a una colorida piñata: con vistosos picos de tensión, colores que no combinan y uno que otro parche debido a que agregó, para alcanzar las páginas, uno o dos cuentos que ni le gustaban. 
c. Encuentra la convocatoria y decide desempolvar ese viejo libro que escribió hace años. Ese que ya no representa lo que escribe hoy, pero que cumple con el número de páginas. Ese que escribió cuando era principiante y entusiasta; quizás más entusiasta que hoy porque escribía libros enteros, pero llenos de felices errores que le da flojera revisar. 
d. Le mandan la convocatoria y en realidad tiene muy poco tiempo escribiendo, pero ¿qué más da? Va a demostrarle a todos esos que no entienden su trabajo que en realidad es el nuevo talento mexicano.

Estas malas decisiones son, la mayoría de las veces, los motivos por los que los autores no ganan los concursos. Pero, ¿qué pasa con el autor ve la convocatoria, se propone un proyecto y usa el concurso como meta para escribir durante todo un año, esperándola, como un cometa? ¿Qué pasa si, cuando la convocatoria sale el año siguiente, tiene una obra terminada, escrita con pasión y disciplina, y la manda, y no gana?

Bueno, eso es material para otro artículo o al menos una continuación.

Por lo pronto, bastará con hacer más explícito qué es lo que puede ganarte mejores oportunidades en un concurso: darte todo el tiempo que necesita tu libro; la convocatoria volverá el año que viene, son cíclicas. Puedes esperar incluso dos años, escribir con ilusión, pero también con intención. Darte el tiempo de corregir, de seleccionar tu material, de exigirte lo suficiente como para no mandar ni un cuento malo (al menos desde tu punto de vista), ni un capítulo de más o de menos, porque lo importante no es el número de páginas, sino hacer un libro que te represente como autor.

Si haces eso, y ganas, el esfuerzo pagará. Pero... ¿y si lo haces y pierdes? Primero respira, tómate algo: una chela, un café si no bebes... Y hablamos mañana con calma.

Créditos de la imagen que ilustra este texto: Jacek Yerka.

Concursó y ganó para impetuosa Cecilia Magaña.

Escribir para un concurso literario en tres, dos…
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