El coraje por haber perdido el premio Sor Juana se ha transformado en la certeza de que debo darle otra revisada a esa novela. Quizás no sea una novela “de premio”, pienso, porque sí hay dos categorías, dos tipos de autores en la viña del señor: los comerciales y los artsy. Los concursos no acostumbran favorecer a los que huelen a best-seller, a telenovela, a “miren cómo me divierto haciendo lo que hago”. El tufillo artsy, a veces aburrido, a veces experimental, otras cargado de estilo y nuevos acercamientos a viejos temas, es un aroma que gusta a la mayoría de los jueces, pero los editores no aprecian. Esta es la gran verdad que poco a poco descubrirá el ganador de un premio literario.

Paso 6: El silencio

El ganador ya ha sido profeta en su tierra, ya ha mandado su manuscrito a Herralde, pero también a una que otra editorial nacional, para no verse muy malinchista, por no decir mamón. Ha mentido, diciendo que sólo lo ha mandado a una, cuando en realidad espera que al menos le pase como a Stephen King en su autobiografía “Mientras escribo”, o igual que a Chinaski (alter ego de Bukowski) en “La senda del perdedor”; recibir cartas de rechazo que aunque duelan, le hagan saber que sí lo leyeron. Sin embargo, la realidad es que el ganador del premio literario sólo recibirá silencio, y éste se podrá extender por un año, incluso dos, dependiendo de su capacidad para esperar y qué tan ocupado esté, escribiendo un nuevo libro o haciendo las talachas a las que no ha podido renunciar porque no, un premio literario no te cambia la vida, no así.

Los reporteros ya no lo buscan, si acaso, le llama algún cuate interesado en escribir
sobre lo que pasa con los manuscritos que han sido galardonados con nuestros impuestos. “¿Dónde están?”, preguntará el reportero, airado, con la idea de denunciar que los contribuyentes dan lana para que luego todas esas grandes obras se queden en la sombra. El ganador repasará la lista de los catálogos editoriales a los que siempre soñó pertenecer y donde su manuscrito reposa entre cientos sin leer, pero ante la pregunta del reportero: “¿qué ha sido de su libro? ¿dónde está?”, sólo se le ocurrirá responder con la verdad menos dolorosa: “en un archivo, en mi computadora”.

Paso 7: ¡Está vivo!

Tan apabullante es la realidad del ganador del premio literario, que se ha olvidado por completo del cisticerco. Una mañana, cuando calcula el tiempo que su manuscrito ha estado olvidado, el cisticerco comienza a salir del estado latente en que la depresión lo ha tenido. “Merecemos ser publicados”, dice telepáticamente el bicho, y el escritor asiente, interrumpiendo la talacha. “No mames, hay que hacer algo”, y el escritor considera la idea de autopublicarse. El cisticerco se retuerce como si le echaran limón. “No, no, ¿cómo se te ocurre?, ¿con qué dinero si ya te lo gastaste todo?” El escritor trata de recordar en qué se fue la lana, pero el cisticerco, una vez despierto es implacable: “no te distraigas, ¿qué vamos a hacer?” Y aquí es cuando el autor recuerda a esas editoriales independientes que hace un par de años le parecían pequeñas pero hoy reconoce, son las que corren riesgos.

El autor ha escuchado hermosas historias sobre escritores luchones que se van a vivir a España, quizás eso sea lo que… “¿Con qué dinero?”, vuelve a preguntar el cisticerco. El autor se reconcilia con la idea de que no pondrán su foto en grandes espectaculares y se consuela pensando que los editores independientes serán los que finalmente aprecien su arte.

Ante la duda y a pesar de la cisticercosis, el autor anota como alternativas las publicaciones del Estado y la autopublicación: si antes se hizo ilusiones con los destinos de Ortuño y Bolaño, ahora considera un destino como el de Fadanelli, quién quita y de tanto autopublicarse también termine en Anagrama, cómo no.

Echo un ojo a las carpetas donde tengo el material que aún no ve la luz; porque me la quiero jugar en otro concurso, porque en realidad debería borrarlo, porque me da miedo darme cuenta que siempre estoy a la mitad: ni artsy, ni comercial, aunque hay quien dice que la verdad no se me entiende pero “escribo chistoso”. ¿Será?

Los concursos literarios no resuelven la vida del autor novel. Abren puertas, sí, pero no la primera que pensaste. Al menos no en mi caso. Ya habrá chance después de hablar sobre ellas, porque es viernes y si no me aplico, se me va otro fin de semana sin corregir la novela.

Ponderó para impetuosa, Cecilia Magaña.

Crédito de la imagen: Fragmento de «El caminante sobre un mar de nubes» de Caspar David Friedrich.
Lee la parte 1.

Escribir para un concurso literario… y ganarlo (parte 3 y final)
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